jueves, 9 de diciembre de 2010

Nuevo artículo de Francisco Landa

Hacia la formalización del lazo terapéutico como herramienta para el encuentro clínico con la presubjetividad.
Por Francisco Landa R.
(Texto ganador del Concurso de Ensayo Pierre Fédida de la Asociaçao Universitaria de Pesquisa em Psicopatologia Fundamental, Brasil, Edital 2010 – psicopatologiafundamental.org)

A Jean-Max Gaudillière y Francoise Davoine, en gratitud por su enseñanza.
A Alba Rosa Alvarado, por su generoso apoyo.

  1. Lo terapéutico y lo psicoanalítico
En cierta tradición psicoanalítica la noción de terapéutico cobró por mucho tiempo un matiz peyorativo: se decía que aquel que pensaba operar terapéuticamente lo hacía respondiendo a la demanda de curación entendida como eliminación del síntoma, conversión adaptativa del sujeto, identificación imaginaria del clínico con el paciente.
En efecto, este tipo de intervención entendida así, en el límite, se hallaba lejos de corresponder al modelo clínico freudo-lacaniano. Sin embargo, el rigorismo ético de los críticos terminó por eclipsar otros sentidos de la noción, y con ello por estrechar las fronteras de la acción clínica, construyendo además entre personas con diversas formaciones barreras infranqueables que obturaron para muchos, y por mucho tiempo, toda posibilidad de diálogo.
Otra lectura de la palabra terapéutico es posible. Si recurrimos a la filología, hallamos que el griego antiguo therapôn­­ designaba al compañero de guerra, al guerrero amigo que cubría las espaldas y rescataba en los trances más complicados. Igualmente, este término se refería a la persona que hacía de doble ritual en los funeralesi. Es decir, el therapôn era aquel semejante capaz de acompañar de una forma leal y protectora en el campo de batalla, así como en el trance de la muerte.
De esta manera, el sentido antiguo de la palabra nos remite a una posición clínica particular: la del que atiende un pathos extremo, el pathos del riesgo de la disolución subjetiva. Tosta ii, nos enseña que en la Grecia antigua, la diferencia entre el médico de ciudadanos y el médico de extranjeros radicaba en la imposibilidad del segundo, por la barrera de la lengua, de escuchar un logos, un discurso que pudiera convertir el sufrimiento pasivo en experiencia activa. Para ilustrar en este contexto semántico lo que representaría la posición del therapôn como clínico que se ocupa del caído en la guerra o ante la muerte, diríamos que se trataría de un médico de ciudadanos, situado frente a un ser humano que en otras condiciones podría tomar la palabra y formular un discurso patológico, pero que debido a diversos factores no se encuentra en ese momento en posibilidad de hacerlo. Ese médico de ciudadanos debe entonces hacer uso, aún con quienes viven en su lengua, de medios clínicos diferentes a los que acostumbra usar con sujetos capaces de elaborar una experiencia mediante el discurso. A medio camino entonces entre la clínica de la mirada, carente del recurso de la palabra, dependiente de la lectura de lo que el cuerpo dice en silencio, y la clínica de la escucha, que supone un sujeto capaz de hacerse cargo de la tarea de historizar iii, lo terapéutico podría describirse como una clínica de los estados presubjetivos, que podemos definir como los estados psíquicos donde podemos suponer bien la preexistencia, bien el posible advenimiento futuro de un sujeto que sin embargo, por el momento, no se encuentra allí, al menos en tanto un yo en posibilidad de hacer la narrativa de su pathos.
El campo fenoménico al que nos referimos en muy amplio: pensemos por ejemplo en la recepción en nuestros servicios clínicos de bebés o niños muy pequeños en sufrimiento psíquico. Ellos ya se encuentran insertados en la red lingüística de su comunidad, de hecho su sufrimiento suele deberse justamente al lugar que han venido a ocupar en esa red; pero en tanto aun no se constituyen como personas con posibilidad y derecho pleno de uso de la palabra, nos vemos necesitados de ocupar el lugar de sus therapôn: sus dobles, sus lugartenientes allí donde la condición de guerra (ya definiremos adelante a qué nos referimos con esto en un sentido clínico) pone en riesgo su posibilidad de llegar a ser sujetos de deseo y palabra, a veces incluso su posibilidad de seguir vivos.
Pensemos también, sin perder de vista las diferencias, en quienes se encuentran en situación de psicosis: aquellos cuya confianza fundamental en el Otro está vulnerada pues éste no les ha ofrecido la posibilidad de recibir un reconocimiento que no sea el mirarlos como “el lugar mismo de la castración”iv. En el espacio construido por la psicosis, las palabras no son significantes, sino que cobran el estatuto de representaciones-cosa que no pueden llegar a constituirse completamente como conductores de la pulsión en el intercambio regulado con los otros; así, el logos estallado se convierte en un bombardeo de partículas que vulneran y devastan los agujeros y órganos que en esos momentos no pueden ser descritos como zonas erógenasv.
Pensemos en aquellas personas que debido a enfermedad o traumatismo orgánico, no está en condiciones de tomar la palabra, de recuperar el dibujo de su cuerpo como unidad imaginaria. O en los pacientes que presentan fenómenos psicosomáticos no conversivos, quienes a pesar de conservar intactas las funciones del yo requeridas para tomar la palabra, no son capaces de hacer que esa palabra anude un lazo que invite a la lesión somática a incluirse en las redes del sentido.
Incluyamos, last but not least, a quienes han padecido situaciones violentas, por ubicarse en medio de una situación de guerra social - formal o informal-, en campos relacionales donde el sentido se ha caído dando lugar al nihilismo y eliminando la solidaridad y la lealtad como estilos vinculantes.
Utilizar el término therapôn, venido del vocabulario antiguo de guerra tiene un sentido profundo, en tanto estamos incluyendo -como parte del campo de los fenómenos que derivan a estados presubjetivos- situaciones de guerra no solo en cuanto al fenómeno social conocido con ese nombre. También y sobre todo estamos incluyendo aquellas situaciones en las que el deterioro en los vínculos sociales y las formas de sujetación tienen muchas cosas en común con la guerra como tal: la caída de la palabra de honor, la perversión del lazo entre las generaciones, la crueldad, la cosificación y el no reconocimiento del deseo del otro, la traición a los propios, la ruptura de los mitos y pactos de cohesión colectiva que permiten que el sentido se sostenga. Nos referimos pues a un campo en el que el pacto simbólico se ha resquebrajado dejando su lugar a la diabolización de los cuerpos, los grupos, las narrativas, los lazos (diaboléin: del griego.- separación, dispersión). Es ahí donde se inserta la labor del therapôn.
  1. El clínico en posición de therapôn
Veamos entonces cómo el campo de los estados presubjetivos se diferenciaría del espacio correspondiente al encuentro analítico estándar.
Cuando Lacan formaliza el discurso del psicoanalista, propone la siguiente lógica: El analista, desde un lugar de semblante del objeto causa del deseo (a), se dirige a un sujeto que, concernido y aquejado por su síntoma, confrontado por su falta de ser y saber ($), es llevado a producir aquellos significantes destinales a los cuales respondía sin saberlo (S1). Como resto de esta operación, el analista queda escindido de un saber que en la interpretación tomó el carácter de enunciación verdadera, pero sin referir a una verdad que se pueda enunciar y sostener intersubjetivamente.
El sentido del dispositivo analítico se encierra en esta formulación, en la que la colocación del analista es clave: su formación, su paso por su análisis le permiten colocarse ahí donde no hace eco ni refuerzo de las certezas del yo; donde su silencio y –al usar el diván- su retiro del campo de la mirada le permiten atraer como un imán la producción discursiva llena de falsas certezas donde el ser se busca en el pensar, y educir el saber reprimido que bajo los efectos de la represión solo alcanzaba a asomarse furtivamente en las formaciones del inconsciente.
Quienes desarrollamos una labor clínica en la que personas recurren a nosotros aquejadas por síntomas que los hacen a la vez desear vivir de otra manera y no saber de qué otra manera vivir, comprobamos cada vez que si se aguarda pacientemente el despliegue discursivo, actuando desde la cautelosa contención a responder a las demandas de curación, de fortalecimiento de la persona desde su yo, podemos encaminar el pedido inicial de ayuda hacia el despliegue de un psicoanálisis. A lo largo de éste, y a través de la puesta en efecto de la regla fundamental de la asociación libre, el mundo fantasmático del paciente se desplegará, develando la trama oculta de sus desventuras, precipitando la destitución del sentido en el que colocó sus estandartes identitarios, sus vínculos, sus proyectos y la interpretación de su pasado. Y si todo marcha, se detonará la construcción de nuevos dispositivos pulsionales que, de acuerdo a la propuesta freudiana, le permitirán, dentro de los márgenes del malestar en la cultura, amar y trabajar. Todo esto, debemos insistir, es posible bajo la condición de que de inicio aparezca ante nosotros un sujeto aquejado, un sujeto en discordia consigo, “histerizado”, suele decirse. Tenemos pues que el discurso que Lacan propone para el lazo analíticovi se escribe así:
Analista en posición de semblante a --- $ sujeto capaz de articular una semblante del objeto causa queja
Saber verdadero, no Verdad S2 S1 significante destinal hecho consciente, producido
Ahora bien, quienes desarrollamos además un trabajo clínico en contextos diferentes al consultorio tradicional, laborando por ejemplo en instituciones de asistencia, hospitales, o bien recibiendo personas en situación de psicosis, depresión profunda, anorexia, o bien bebés, sobrevivientes de una catástrofe, de violencia sexual o social, etcétera, sabemos que el dispositivo arriba descrito no puede ser pensado como un referente que se aproxime a describir las características de encuentros clínicos como estos, al menos durante un -a veces muy largo- período inicial. Nos enfrentamos por el contario a realidades clínicas que interrogan profundamente nuestra concepción de la técnica, sobre todo si nuestra formación y nuestro propio análisis siguieron de un modo aproximado los cánones de la ortodoxia. Nos vemos pues frente al reto de reinterrogar a la teoría y de un modo general a nuestra formación para sintonizar el sentido que hemos aprendido a darle al lugar y la intervención del analista, con la realidad cruda de la práctica clínica. Es entonces cuando es posible abrir la pregunta: ¿Qué consecuencias pueden extraídas de la diferencia a la que nos referimos entre la clínica con sujetos del síntoma y personas en estado presubjetivo, hacia la formalización de un modelo que oriente nuestro quehacer?
Comencemos el ensayo de respuesta a esta cuestión esbozando un análisis diferencial de las situaciones clínicas a las que nos referimos. Tenemos varios factores a destacar. Quizá el más importante de ellos se refiere a la posición del enfermo en relación con su pathos. En primer lugar, decíamos ya, el paciente identificado no suele ser el portavoz de la queja. Esta suele provenir de terceras personas, que se sienten incapaces de solventar el vínculo con él: sus familiares, la escuela, los médicos, etcétera. De este modo, en el encuentro clínico no solemos hallarnos sino indirectamente frente a personas que porten una palabra, una posición de voz y rostro detrás de un discurso de queja. En contraste, lo que solemos enfrentar -en quienes se encuentran en estado de sufrimiento extremo- son situaciones de pérdida de lugar subjetivo: sujetos sin habla, sin discurso, sin cuerpo, sin lugar.
Propongo representar esta posición de llegada al encuentro clínico en una matriz similar a la propuesta por Lacan para el discurso del psicoanalista, aunque modificando el orden y lugar de los matemas:
$ ---- a
S1 S2
En el espacio superior derecho tendríamos pues a la persona en posición de caído, situación pática extrema (a). Aquí la asignación del matema a no es en su acepción de causa del deseo, sino de resto: el sujeto identificado con el objeto en cuanto desecho. Referimos para esta colocación el trabajo de Lacan en el Seminario sobre la angustia, particularmente al retomar el caso freudiano de La joven homosexual.vii
Mientras tanto, como puede observarse, proponemos la colocación del clínico como therapôn -a la izquierda, arriba- como sujeto barrado. Este par ordenado $-a muestra la primera base lógica del discurso o lazo terapéutico: en la clínica de las psicosis suele llamarse “inversión de la transferencia”, e implica que el terapeuta debe hacer una primera jugada de aproximación al caído, y esta aproximación no puede ser desde la neutralidad o el lugar del “muerto” –un semblante se objeto desubjetivado-; sino que debe generarse desde su propia subjetividad, que propone un movimiento pulsional activo dirigido eróticamente al que –sin que para muchos casos haya lugar al juego con las palabras- realmente está haciendo el muerto: el padeciente.
Esta posición del therapôn no implica simplemente una aproximación erótico-activa; si nos detuviéramos ahí daríamos razón a quienes previenen de todos los riesgos implicados en una apuesta tal. La posición descrita no puede ser entendida sino en el contexto de lo que se escribe por debajo de esa $ y que alude a su fundamento lógico. Recordemos que cuando Lacan escribe los cuatro discursos propone para el lugar inferior izquierdo la ubicación de una verdad de la que el agente (arriba de ella) está inexorablemente escindido. En este caso, escribimos S1 en ese sitio desde donde lo verdadero opera. Así como en el discurso del psicoanálisis debajo del analista (ubicado como a, agente semblante del objeto causa) se escribe S2 como el lugar de un saber interpretativo que el analista produce pero no se puede apropiar, en el discurso terapéutico -o del therapôn para ser más precisos- situamos una noción diferente: S1, un saber no discursivo, que proponemos relacionar directamente con las nociones de trauma y sobreviviente.
Y es que el therapôn no produce su acción terapéutica ni desde la lectura interpretativa- escansiva, ni desde el amor en un modelo de caridad, buena voluntad o rescate. La genera desde una posición de sobreviviente al haber pasado por un trauma-zona de guerra y haber producido en ese pasaje significaciones clave de sobrevivencia que puede compartir (S1). Referencias indispensables para aproximarse a esta idea son los trabajos citados abajo de Gaudillière y Davoine, y de Aulagnier. Los primeros se aproximan en sus tesis a la idea de que el analista en posición de trabajo con el paciente en psicosis puede establecer un vínculo de inconsciente recortado a inconsciente recortado desde su propia historicidad recuperada –particularmente la recuperación de las zonas devastadas de su historia, ahí donde las palabras, el tiempo y el sentido se habían congelado y dejado de ser herramientas para vivir- y también desde sus producciones del inconsciente –sueños, imágenes fantaseadas. Su trabajo, criticado acremente por la ortodoxia psicoanalítica por lo arriesgado de sus propuestas, es sin embargo de una gran riqueza clínica y permite una reformulación de la transferencia en campos psicóticos. Por lo que respecta a Piera Aulagnier, su adición metapsicológica al modelo freudiano de la noción de proceso originario y la aplicación de esta noción al campo clínico de las psicosis, nos enseña también a ampliar los límites de lo que entendemos por interpretación, incluyendo formaciones venidas del modo de representación más arcaico (pictograma autoengendrado por el objeto-zona complementaria en el que la diferencia entre yo y no-yo no existe). En ese contexto, una interpretación puede ser una imagen de palabras que, tan parecidas a la representación-cosa freudiana como al significante que hace cadena, puedan dar cuenta de la vivencia de disolución en la que el ser padeciente puede o pudo encontrarse. El yo del analista hace de puente entre las formas arcaicas de representación, que conectan con la vivencia recortada del paciente, representada solo pictográficamente, y formas de representación en las que la fantasía y la racionalización permiten reestablecer lo que estaba fuera del sentido comunicable.
La intervención desde S1 como significante de imagen, pictograma en términos aulagnerianos, o como relato histórico transubjetivo de sobrevivencia, son intervenciones de therapôn: Se propone más que como una interpretación, como un puente que haga que lo no representado del trauma, lo unnerkant freudiano, encuentre primeras vías de inclusión en el sentido. Un puente para una instancia yoica que, en un momento anterior a ser entendida como el Yo del paciente, debería poder ser pensada como un yo de transición compuesto también por el Yo del therapôn y sostenido en el lazo transferencial de inconsciente a inconsciente entre él y el paciente.
¿Hacia dónde marcha el esquema que proponemos? Como puede apreciarse en la parte inferior derecha, el matema que ocupa el sitio de la producción, es decir aquello que sería producido como trabajo por el sujeto antes atrapado por un pathos sin palabras que puedan transformarlo en experiencia es justamente eso: un discurso, una narrativa (S2). El puente transferencial y las aportaciones del therapôn tienen como finalidad, precisamente, hacer posible que la situación pática derive hacia una psicopatología fundamental, es decir, hacia la apertura de la posibilidad de que el ser humano en tanto sujeto pueda hacer uso del fundamento del lenguaje para escribir activamente su experiencia (siendo este fundamento justamente que ante la carencia de fundamento del logos la actividad de representación es un fluir y resurgir constante S2- S3- Sn).
Un reto teórico, que en este ensayo solo se apunta, y que múltiples autores enfrentan desde diversas trincheras, es el de definir cuáles son las condiciones de producción y posibilidad de aquello que hemos propuesto llamar estados presubjetivos. La vastedad del campo aludido implica una gran variedad de consideraciones sobre la particularidad y la diferencia. Sin embargo ello no debe hacernos perder un referente común y basal: en todo caso estamos refiriéndonos a la relación existente entre lo que no ha podido ser integrado a la cadena discursiva y la posibilidad del sujeto de establecerse como agente activo del logos.
Hablamos aquí de un no-integrado a la cadena que no lo es por efecto de la represión – y por ello no se manifiesta en la forma de producción del inconsciente-; su aislamiento tiene que ver más con lo no inscrito, que Lacan propuso nombrar forcluído, y cuyo retorno o presentificación puede tomar muchas formas: la vivencia traumática del abuso que regresa como estado de pánico, lo escondido como vergüenza o secreto en una trama generacional que vuelve como lesión somática, la traición y la ruptura del honor en el vínculo y el mito que cohesiona a un grupo social que vuelve como estado psicótico, la guerra misma como aparición del horror extremo que retorna en la forma de vínculo perverso. En todos estos casos hablamos, a pesar de las diferencias, de efectos diferentes a los de lo inconsciente reprimido, frente a los cuales se forjó el dispositivo freudiano.
En todos estos casos hablamos de consecuencias similares: formaciones que difícilmente podemos nombrar sintomáticas en tanto no constituyen llamados a la interpretación sino mostraciones de lo imposible de articular. Esto incluye formas modales de nuestra época: modificaciones anoréxicas o quirúrgicas de la fisonomía, actos violentos contra sí o contra otros, estados de pánico recurrente que no ceden, formaciones dispersas de conducta y atención en niños –nombradas TDA-, formas inestables en adultos nombradas a veces como trastornos fronterizos o bipolaridad, etc, etc. Es decir, la manifestación de un pathos que parece no solicitar un saber que lo descifre, o en todo caso, que se gesta como un grito que no viene de un lugar de sujeto.

  1. Sentido y formación del lugar del therapôn
Describir el lugar del therapôn como diferente al del analista implica en primer lugar estar en posibilidad de preguntarnos por la formación y la transmisión como temas basales. ¿Cómo se deviene un terapeuta, en el sentido en que aquí lo elaboramos? O bien, ¿en qué condiciones puede desplegarse un aprendizaje –usando la palabra en el sentido más amplio- para ocupar la posición de therapôn?
Por supuesto, la primera respuesta concierne a nuestro pasaje personal por un proceso propio de reconocimiento, inscripción e integración de aquello que, debido a las condiciones particulares de nuestro devenir, no había sido integrado a la posibilidad de ser historizado. Es decir, cómo, con quién y hasta dónde transitamos nuestras propias zonas de devastación traumática. Una discusión delicada tendría que establecer si el cursar un psicoanálisis garantiza poder tomar el lugar de therapôn tal como lo hemos descrito. En primera instancia habría que considerar el lugar que en nuestra propia historia ha ocupado la violencia, el trauma, la locura, la guerra. Cada quien, en tanto persona y en tanto clínico está concernido y formado por ello de una manera distinta (pensemos solo en la particularidad de la teorización de los analistas que vivieron la experiencia directa de una guerra, como W. Bionviii). En segundo lugar, es determinante la genealogía formativa del o los analistas con quien hayamos decidido acudir. En nuestra experiencia, los analistas con experiencia de trabajo con psicosis e infancia pueden entrar en contacto con personas en estados presubjetivos con mucha menor dificultad que quienes no lo han hecho y de esta manera, transmitir en su estilo una escucha posible de lo inconsciente no reprimido. Una tercera consideración al respecto concierne a la posibilidad de pensar que las experiencias propiamente terapéuticas pueden no necesariamente ser cursadas en un marco analítico o psicológico. Si se ha atravesado un territorio de guerra en compañía de un therapôn -amigo, hermano, maestro-, se cuenta con una experiencia que, si ha podido dar lugar a una formulación experiencial y quizá complementada con un análisis posterior, puede brindar los elementos para llegar a ocupar ese lugar uno mismo. La condición aquí es que tras el trayecto de sobrevivencia y en compañía del therapôn se hayan producido imágenes clave que, en una elaboración posterior, hayan podido ser integradas a dispositivos pulsionales vitales para el terapeuta en tanto sujeto. Solo de esta manera podríamos pensar una cierta comunicabilidad de esas imágenes, tanto intrapsíquica como intersubjetiva, comunicabilidad necesaria para la labor de acompañamiento a la presubjetividad, esta vez como sujetos en tanto terapeutas. Por otra parte, en términos de temporalidad lógica, haber vivido la secuencia trauma - acompañamiento terapéutico - elaboración fornece al terapeuta de dos saberes necesarios para fungir desde ese lugar: el saber del colapso temporal cuando la presubjetividad rige, así como el paciente saber del ominoso tiempo requerido para llegar a establecer una subjetividad que integre en su estilo la marca del sobreviviente, tiempo estrechamente relacionado a la lógica de la escrituraix.
Otro aspecto importante a tratar respecto a la formación del terapeuta, toca a los aspectos que conciernen a las instituciones y sus mecanismos de transmisión. Se trata del hecho de que, dada la manera en que se labora en la clínica de los estados presubjetivos, casi siempre en contextos diferentes al consultorio, es frecuente que la intervención del therapôn no sea solitaria. Eso hace que la transmisión del saber-hacer clínico se enriquezca con un una modalidad que está restringida en el psicoanálisis típico: acá el aprendiz puede acompañar al therapôn más experimentado mientras actúa y aprender desde el acompañamiento del acompañante. El modelo de discipulazgo y del aprendizaje inter-pares para la transmisión clínica es una realidad que opera en el campo del que nos ocupamos, y podría ser objeto de desarrollos de investigación que redondeen el diseño de la formación de aquellos jóvenes clínicos cuyo deseo sea insertar su quehacer en el campo de la clínica de lo presubjetivo.
***
Hemos abordado en este texto la presentación y una primera formalización de un campo clínico al que hemos llamado estados presubjetivos, a la par de la caracterización de un lugar de operación distinto al del analista - en cuanto descrito en el discurso lacaniano del psicoanalista-, para el que proponemos la nominación de therapôn. Hemos pues abordado un Qué (el estado presubjetivo como desarreglo vincular donde alguien se ha localizado en un lugar de objeto-resto), un Quién (el clínico en posición de therapôn) y hemos abonado algunas ideas para el diseño de un Cómo (retomando propuestas de diversos autores). Hemos añadido también un Para Qué, la dirección que la Psicopatología Fundamental propone: el pasaje de un estado pático-pasivo a una posibilidad activa de formulación experiencial gracias a la presencia y escucha en actitud aproximativa de un clínico. Añadiremos por último una consideración sobre el Porqué.
Si el centro de gravedad de nuestro trabajo es la clínica, es la clínica la que nos guía ante nuevos retos que ponen a prueba nuestros modelos. Quizá no hayan aparecido propiamente nuevas formas de sufrimiento en nuestra época, pero seguramente sí somos testigos de nuevas distribuciones poblacionales de las modalidades de producción de pathos, y de nuevas formas de respuesta a ese pathos en el lenguaje y prácticas sociales. Ello nos compromete en tanto clínicos a ampliar el rango de nuestra escucha y acción. Múltiples articulaciones pueden ser establecidas entre los dos modelos de lazo clínico discutidos aquí: podemos hablar de la intervención del therapôn como pre-analítica en tanto puede crear las condiciones para un pedido de análisis tras el atravesamiento conjunto del campo de batalla y la creación de un relato épico en el que ya un sujeto del síntoma sea posible. Puede pensarse también en la intervención del therapôn como paralela a la del analista. En el trabajo con psicosis, acompañantes terapéuticos, analistas y psiquiatras laboran en equipo desde lugares complementarios y distintos. En un trabajo anterior describíamos cómo el acompañante cumple las funciones de contención, articulación discursiva y creación de nuevos espacios sociales, siendo un verdadero lugarteniente del paciente en situación de psicosisx y coadyuvando junto con el psiquiatra a generar las condiciones para que un logos reflexivo pueda ser desplegado en el encuentro del paciente con su psicoanalista. Por último, podríamos pensar quizá que un proceso analítico tiene momentos terapéuticos, que se incluirían como movimientos del analista fuera de la neutralidad determinados por el estado del paciente: algunas veces en el primer tiempo del encuentro, a veces en un momento intermedio de crisis. O que un analista puede situar su escucha en encuadres diferentes al consultorio, como un hospital, o modificar su forma de trabajo con ciertos pacientes, incluyendo la clínica ambulatoria.
En todo caso, desde la multiplicidad de articulaciones posibles y experiencias aisladas empezando a ser pensadas y compartidas, surge la necesidad de reformular nuestros modelos, conceptos y aplicaciones con el fin de crear un campo común de reflexión en diálogo dentro de la comunidad clínica. A este fin responde el trabajo que el lector tiene en sus manos, y cuya pertinencia determinará su buen juicio.





i GAUDILLIERE, J., DAVOINE, F. Histoire et trauma. París: Stock, 2006. ISBN 2-234-05839-2
ii TOSTA, M. Psicopatologia Fundamental. Sao Paulo: Escuta, 2000. ISBN 85-7137-166-0
iii AULAGNIER, P. El aprendiz de historiador y el maestro-brujo. Buenos Aires: Amorrortu, 1997. ISBN 95-518-481-6
iv AULAGNIER, P. La violencia de la interpretación. Buenos Aires: Amorrortu, 2001. ISBN 950-518-445-X
v RODULFO, R. El niño y el significante, Buenos Aires: Paidós, 1996. ISBN 950-12-4133-5
vi LACAN, J. El seminario XVII El reverso del psicoanálisis. Barcelona: Paidós, 1992. ISBN 84-7509-759-088-5
vii LACAN, J. El seminario X La Angustia. Barcelona: Paidós, 2008. ISBN 978-84-7509-088-7
viii BION, W. La tabla y la cesura. México: Gedisa,
ix Dialogamos aquí con Bejla Goldman y sus desarrollos sobre la relación entre trauma, escritura y sobrevivencia : GOLDMAN, B. Nuevos nombres del trauma. Buenos Aires: , 2010